viernes, 6 de marzo de 2015

Cadena alimenticia

Foto tomada en Playa de Ponce, Puerto Rico- yaniremartinezphotography

Este ejercicio de mirar el océano es algo maravilloso, deleitarte en la inmensidad del mar y bucear

imaginariamente para poder apreciar la cantidad de seres vivientes que existen a lo ancho del inmenso mar, cuán variada y hermosa creación… como el mismo ser humano.

Todos tienen una función específica, pero de momento… me invade la imagen de la cadena alimenticia.

Nosotros los boricuas tenemos un refrán, “El pez más grande, siempre se come al más pequeño”.
Así mismo somos nosotros con nuestro egoísmo e ínfulas de grandeza, también lo podríamos describir “quítate tú pa’ ponerme yo”.

Y si de escalar una posición se trata, justo allí aflora el egoísmo, y con tal de ser primero y reconocido “a arrancar cabezas se ha dicho”.

Tenemos una necesidad de reconocimiento increíble y luchamos por estar en el primer lugar, competimos entre nosotros en todos los ámbitos, no importa sea secular o cristiano.

Nuestras vidas giran en torno a una competencia, concurso, “reality show”, etc.

Desde pequeños nos enseñan a competir entre nosotros, y lamentablemente todo comienza en el hogar, cuando los padres por ignorancia comparan a los hijos, es allí donde comienza el problema, pues deberíamos educar que somos seres auténticos.

Criados bajo el mismo seno, mismas costumbres, estructuras, reglas, de los mismos padres y somos tan diferentes, caminamos, reímos, lloramos, hablamos y pensamos diferentes.

Este es el momento de otorgarle valía a nuestra individualidad como ser humano.

Por lo tanto, Dios es un ser creador de gran versatilidad y nos diversificó de tal manera que nos hizo diferentes a todos, como por ejemplo, nadie tiene tu misma huella digital…detente a mirar tus huellas un momento y piensa en eso.

Dios regaló talentos a todas sus criaturas y a sus hijos les otorgó dones. Y lo hizo con el propósito de usarlos y compartirlos.

Dar por gracia lo que por gracia hemos recibido, esto quiere decir que son regalos inmerecidos.

¡Ah! Pero nosotros nos empeñamos en otorgarnos todo el crédito, guardarlos para nosotros, y para colmo competir por ellos.

Entonces comienzan a marcarse las diferencias que nos desunen como raza y nos hacen devorar a la presa que creemos menos que nosotros.

Alguien a quien respeto mucho dice “es un gusanito que vive dentro de uno” el orgullo, el cual hay que tenerlo dominado para que no salga de nuestro interior y se haga sentir.

En nosotros no debería existir tal cosa, “como la cadena alimenticia”, porque somos seres racionales y nuestra supervivencia debería ser otra.

Se supone que amemos a nuestro prójimo como a nosotros mismos, más la triste realidad es que  nuestra cadena es la del pecado, y éste nos hace ver a nuestro semejante con inferioridad y no como lo que son, parte de la creación de Dios.

Tenemos el enfoque distorsionado y los vemos con altivez, orgullo, arrogancia, desprecio, y por encima del hombro como si fuesen menos.

En todos los tiempos los hemos clasificados por sus estilos de vida, intelectos, posiciones económicas, formas de vestir, apellidos, etc.

Que ilusa tontería…

A la hora de la verdad, nada te hace mejor que nadie.


Romanos 12:3:

Digo, pues, por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que NO TENGA más ALTO CONCEPTO de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con cordura, conforme a la medida de fe que Dios repartió a cada uno.

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