lunes, 20 de octubre de 2014

El revés de la vida.

Foto maternal
No podemos dar de lo que no tenemos. Somos un reflejo viviente de nuestros padres. Lamentablemente no podemos escoger, no tenemos elección, ni alternativa. Nuestra opinión, que en ese momento ni existe, no puede ser tomada en cuenta.

Dios decide, escoge y permite el día, la hora, el lugar, las circunstancias, el que te engendra y el vientre donde te entretejió.

Algunos hemos lamentado tener los padres que nos tocaron, otros desearían que nuestros padres hubiesen sido el de algún amigo, haber nacido en otro país, en otro siglo.

Algunos los hemos maldecido, les hemos deseado lo peor y hemos hablado de ellos despectivamente. No los hemos honrado, quizás por ignorancia de lo que ese comportamiento acarrea para nuestras vidas.

Sin embargo, hay otros que sus padres los ven como lo más valioso, los aman, los besan, abrazan, les encanta pasar tiempo con ellos, y si un día se van, sufren una gran pérdida que otros no podemos sentir y mucho menos entender.

Lo cierto es que somos inconformes con lo que tenemos. Comenzamos a crecer en un ambiente hostil, nos vamos llenando de resentimientos y vivimos vidas amargadas, por la sencilla razón que venimos de una familia totalmente disfuncional.

Lamentablemente cuando nos toca criar, repetimos patrones de conductas que se pueden volver generacionales, unos logran romper con ese patrón y hacerlo diferente. Regalan a sus hijos una mejor calidad de vida, y no cometen los mismos errores, luchan para darle todo lo contrario a sus amargas y dolorosas experiencias, porque de alguna manera obtuvieron las herramientas adecuadas y lograron hacer la diferencia.

Otros decidimos inconscientemente arrastrar un pasado de dolor, que crea unas raíces de amargura tan profundas que nos hacen tener un corazón lleno de resentimiento y de ira. Esto a su vez, sin querer, es como una bomba de tiempo, que cuando detona, destruye las vidas de las personas que más amamos.

El tiempo pasa y la vida te hace entender que cosechaste lo que sembraste.
Cuántos errores vividos, recuerdos dolorosos, rompiste corazones, punteaste grandes heridas, como si le cobraras a los tuyos, lo que un día te hizo ser lo que hoy no quisieras ni recordar.

Pero, aún en medio del aparente fracaso del pasado, siempre hay una nueva oportunidad. Dios te la ofrece, sin él no podrás cambiar nada, quizás intentes modificar algunos patrones de conducta, pero hay cosas que tienen que ser hechas nuevas y esas solo son en Cristo Jesús.


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