Foto maternal |
No podemos dar de lo que no tenemos. Somos un reflejo
viviente de nuestros padres. Lamentablemente no podemos escoger, no tenemos
elección, ni alternativa. Nuestra opinión, que en ese momento ni existe, no
puede ser tomada en cuenta.
Dios decide, escoge y permite el día, la hora, el lugar, las
circunstancias, el que te engendra y el vientre donde te entretejió.
Algunos hemos lamentado tener los padres que nos tocaron,
otros desearían que nuestros padres hubiesen sido el de algún amigo, haber
nacido en otro país, en otro siglo.
Algunos los hemos maldecido, les hemos deseado lo peor y
hemos hablado de ellos despectivamente. No los hemos honrado, quizás por
ignorancia de lo que ese comportamiento acarrea para nuestras vidas.
Sin embargo, hay otros que sus padres los ven como lo más
valioso, los aman, los besan, abrazan, les encanta pasar tiempo con ellos, y si
un día se van, sufren una gran pérdida que otros no podemos sentir y mucho
menos entender.
Lo cierto es que somos inconformes con lo que tenemos. Comenzamos
a crecer en un ambiente hostil, nos vamos llenando de resentimientos y vivimos
vidas amargadas, por la sencilla razón que venimos de una familia totalmente
disfuncional.
Lamentablemente cuando nos toca criar, repetimos patrones de
conductas que se pueden volver generacionales, unos logran romper con ese
patrón y hacerlo diferente. Regalan a sus hijos una mejor calidad de vida, y no
cometen los mismos errores, luchan para darle todo lo contrario a sus amargas y
dolorosas experiencias, porque de alguna manera obtuvieron las herramientas
adecuadas y lograron hacer la diferencia.
Otros decidimos inconscientemente arrastrar un pasado de
dolor, que crea unas raíces de amargura tan profundas que nos hacen tener un
corazón lleno de resentimiento y de ira. Esto a su vez, sin querer, es como una
bomba de tiempo, que cuando detona, destruye las vidas de las personas que más
amamos.
El tiempo pasa y la vida te hace entender que cosechaste lo
que sembraste.
Cuántos errores vividos, recuerdos dolorosos, rompiste
corazones, punteaste grandes heridas, como si le cobraras a los tuyos, lo que
un día te hizo ser lo que hoy no quisieras ni recordar.
Pero, aún en medio del aparente fracaso del pasado, siempre
hay una nueva oportunidad. Dios te la ofrece, sin él no podrás cambiar nada,
quizás intentes modificar algunos patrones de conducta, pero hay cosas que
tienen que ser hechas nuevas y esas solo son en Cristo Jesús.
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